8 de agosto de 2009

Una ingente cantidad de pequeños insectos se acercaba a mí desde todos los frentes. Yo tenía los ojos cerrados, apretados y vacíos, pero los vi aproximarse con los ojos del estómago. Ojos que, francamente, no había descubierto hasta entonces. Venían directos a mi tronco, como un montón de balas que saben perfectamente cuál es su objetivo, como una plaga nueva en una tierra virgen. Una tierra elegida entre todas. Una tierra concreta. Se acercaron deprisa, con un ruido de antenas y de patas, de ondulación y choque. Sabían bien adónde dirigirse. En un segundo estaban todos colocados a lo largo de mi espina dorsal y comenzaron a introducirse en mi piel, como sanguijuelas que ya no piden sangre y buscan, ávidas, otro alimento. Directas al hueso, se fueron instalando sobre las vértebras y comenzaron a morder, lenta pero eficazmente. Embate de termitas devastadoras, atravesaron el tejido óseo y desmenuzaron con codicia de bulímico cada célula de mi médula. Desde mi perspectiva en el estómago, parecían un nido de hormigas trabajadoras afanadas en talar una inmensa rama. Poco a poco, percibí cómo mi columna vertebral iba desapareciendo debajo de todo aquel enjambre, cómo cartílagos, células y nervios se diluían entre sus patas hasta que no quedó ni un solo hueso que pudiera sostener mi espalda.
Nunca pensé que fuera esto lo que me sucedería una vez enterrada, aunque en la universidad descubrimos, tras exhumarlos, casos de esqueletos con huesos amputados misteriosamente. Ha sido una curiosa experiencia. Lo que más me ha gustado es haber descubierto la importancia que tenían aquellos dolores de estómago que tanto me torturaron en vida. Guardaba una conciencia en mis intestinos.

2 comentarios:

La paciente nº 24 dijo...

Ah! Te dedicas a eso –exhumar cadáveres-, lo sabía, ay, por eso tus poemas tienen todo ese humo negro del cine de los cuarenta muy Sullivan’s Travels, ay, cuando los enterradores ponían un precio asequible a sus muertos, ay, como en aquella canción ¿Cuál? “Carne, huesos y tú…”,ay, ay, ay, tus termitas se van comiendo también mis columnas vertebrales (misteriosamente tengo varias), ay.
Por eso me duele tanto la cabeza, es que debo tener un intestino en la conciencia.

Joaquín Artime dijo...

Me ha gustado mucho, niña. Supongo que por el tema. Cómo entiendo yo lo de esa pequeña tortura estomacal, que de pronto, sólo se me ocurre llamar miedo.