7 de julio de 2010

Desencuentros (I)

Celia se levanta con la nostalgia de las sábanas haciendo eco en sus poros, va desnudándose hasta el baño y abre el grifo de agua caliente. Escucha el agua caer mientras se apoya con los codos sobre el lavabo, el pelo, caracolas solitarias, cayendo sobre su cara. Mientras se ducha repasa lo que espera del día, las hormigas lentas de su rutina, sin sorprenderse al recordar que no espera nada, que hace rato dejó de buscar. Sin secarse, se mira en el espejo empañado. Sospecha que hay más verdad en ese casi reflejo que en lo que los demás recibirán de ella el resto del día.

Carlos se levanta enérgico. Mira la hora en su móvil y calcula el tiempo que le queda hasta que comience la jornada laboral. Va hasta la cocina y tritura el café recibiendo como la marcha húngara de Brahms el sonido de los granos desgarrándose contra el plástico. Se imagina qué pasaría si la tienda donde compra el café brasileño semanalmente cerrara un día de estos. Preferiría dejar de tomarlo a tener que probar la bazofia que venden en el supermercado. Piensa un momento en Lidia, que siempre le compraba ese café, y luego la borra de su mente, como borra de café hacia la basura.

Celia sale a la calle. Conduce su Citroën pequeño hasta el centro comercial donde trabaja. Encuentra aparcamiento en seguida. Pero no se alegra porque está acostumbrada.

Carlos coge el tranvía, le baila la voz de la Vaughan en los oídos y se imagina las caderas de la rubia que está de pie frente a él moviéndose al mismo ritmo. Sonríe.

Celia se detiene en el kiosko que está en todas las esquinas, incluida la de esa calle, para comprar alguna chuchería que asesine el aburrimiento de la mañana, herido siempre de muerte pero siempre vivo.

Carlos se baja justo en la parada que da al kiosko. Se acerca y compra el periódico.

Celia le ve venir, le escucha pedir y le mira marcharse. Su imaginación es más rápida que ella y se le incendia algo por dentro que en seguida se encarga de aplacar, no vaya a ser.

Él habría jurado que la mujer que compraba regalices quiso dirigirse a él pero no le dio tiempo. Se gira hacia ella para asegurarse, lentamente, como en las películas, la Vaughan susurrando todavía.

Celia le mira y sonríe, como en las películas.

Él le devuelve la sonrisa, se imagina su nombre y el color de los azulejos de su baño, se la inventa descifrando las aceras aferrada a su brazo y su cabello ondulado arremolinándose en su almohada al amanecer.

Se miran durante unos segundos que no son tan eternos como debieran.

Carlos retoma su camino hacia el trabajo en el centro comercial, planta dos.

Celia se demora eligiendo algunas golosinas más y luego se marcha a la planta cuatro.

1 comentario:

a pena grande dijo...

Anoche tuve la sensación de que mi Chú se encontraba lejos, muy lejos, de viaje. Lo cual es falso, porque por diversos motivos, no se lo puede permitir. Sé que, pese a sus múltimples obligaciones, cada día se baja por este blog, normalmente a la hora de la mermelada de moras. Luego, lo recomentamos, entre sus risas de ogresa y mi asombro.
No hay quien la convenza de que deje un comment. Su estilo, tanto escrito como oral, es rabiosamente náutico. Gracias a ella he aprendido unos cuantos términos que los navegantes usan, tanto a bordo como en dique seco, para cualquier propósito.
Ese argot marinero es poesia pura, las expresiones tienen la fuerza de los vientos en que se formaron.
Bueno, el caso es que pensé en una canción de ausencias, con un tonillo de posesión, que se asemeja a ese otro himno a la celotipia feroz que es "Every breath you take" de Police.
La canción es un clásico, se han hecho muchas covers, versiones de ella.
Hace meses descubrí una, del cantante de grupo Lifehouse. Para mí es la definitiva. The ultimate, como dicen los british.
El video que le sirve de soporte visual trata de encuentros y desencuentros.
Os dejo, con el permiso de mi Chú, el enlace de la canción , y también el del cortometraje de fondo. Éste dura 15 minutos. Os recomiendo verlo cuando tengáis tiempo. Lo dirigió un joven vallisoletano y fue preseleccionado para los oscar 2001. No se lo dejéis ver a adolescentes sentimentaloides: les puede resultar devastador.
La_canción_k_pensé_pa_Chú
EL_CORTOMETRAJE